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Jack T.R.

~ Una novela de Eva Tejedor

Publicaciones de la categoría: Sin categoría

Segundo corto: Charles

12 viernes Sep 2014

Posted by evatejedoralarcon in Sin categoría

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Charles, corto, Jack TR, personajes

Pues ale, aquí tenéis al segundo protagonista de esta novela, Charles. Os dejo su corto para que le conozcáis un poquito. Pronto pondré su ficha también.

¡Disfrutarlo!


 

Charles Andrews

Nevaba otra vez.

Eran apenas las cinco de la mañana, pero no había ninguna razón para regresar a su apartamento. Ni siquiera las promesas de calor y confort de su cama eran suficientes. Para él, dormir se había convertido en un martirio… de nuevo.

Así que, descartado el dormir, apresuró el paso y se encaminó hacia el kiosco que sabía  estaría abierto a esas horas para comprar el periódico. Después pensaba dar un rodeo a la manzana, comprar un par de cafés (uno para el camino y otro para tomar en casa) y un par de bollos de crema, regresaría a casa y, con suerte, estaría lo bastante despejado como para no desear volver a dormir y empezar a trabajar.

Lo iban a llamar pronto, de todas maneras. Lo sabía.

La ciudad comenzaba a despertar lentamente. En las calles se mezclaban los más madrugadores con los que aun no se habían ido a dormir. El cielo seguía negro y nublado. La nieve caía suavemente, sin la furia de los días anteriores, creando una alfombra blanca que crujía al andar sobre ella.

Al llegar al viejo kiosco, vio al dueño, un hombre de color que ya pasaba los sesenta años que cargaba y colocaba paquetes de periódicos en el expositor.

  • Buenos días, George. – el hombre se giró, sorprendido de oír a alguien a esas horas. Frunció el ceño, confundido, al verle.
  • ¿Días? ¡Aun es de noche, muchacho! ¿Qué demonios haces aquí tan temprano? – el ceño de George se frunció aun más cuando Charles se encogió de hombros. – Creí que no te tocaba turno de noche hasta la siguiente semana.
  • No, no estoy de noche… he madrugado.
  • Vuelve a la cama. – gruñó. Charles resopló, quitándole de las manos uno de los paquetes de periódicos más grandes para colocarlo en el interior del kiosco.
  • ¿Para qué? No iba a dormir…
  • Necesitas una chica. Eso te daría una razón para regresar a la cama.
  • Vamos a dejar el tema, anda. – repuso Charles, rodando los ojos. – Pareces mi hermana. No puedo dormir acompañado por la misma razón por la que estoy despierto ahora mismo.
  • ¿Terrores nocturnos otra vez?

Charles rio por lo bajo, amargo, mientras dejaba el último paquete de periódicos en el suelo del kiosco. Terrores nocturnos… si él supiera…

  • Si, otra vez. – mintió.

Nunca le había hecho gracia mentir, pero la experiencia le había enseñado que era más fácil que explicar lo que realmente le ocurría.

Al menos en su caso…

  • Deberías ir a un sicólogo. Te mandaría algo para poder dormir.

Charles se estremeció. Aun recordaba los somníferos que le recetaron con dieciséis, cuando comenzaron los sueños. ¿Sabéis lo que es estar atrapado en una pesadilla y sin poder despertar? No era nada agradable. Jamás volvió a tomar algo que le ayudara a dormir.

Jamás.

  • No sirve de nada. Y no tengo tiempo para ir, igualmente.
  • ¿Y qué paso con Christine? Con ella no tenías ese problema.

¡Ouch!

Christine había sido la chica perfecta. O eso había pensado Charles cuando la conoció una mañana en comisaría, mientras ella ponía una denuncia por el robo de su bolso.

Con ella las pesadillas se mantenían a raya y eran más soportables. Fueron bastante felices el año que estuvieron juntos.

Pero no soportaba el trabajo de Charles ni el tiempo que le dedicaba. Estaba convencida de que era la razón de sus pesadillas y no entendía que él quisiera atrapar lo mismo con lo que soñaba. Que esa era la única manera de recuperar el sueño normal.

Empezó pidiéndole que trabajara menos horas. Luego que cambiara de departamento… hasta que acabó dándole un ultimátum y le obligó a escoger entre el trabajo y ella.

Charles la había amado. Mucho. Pero tenía una obligación que no iba a dejarle dormir si no la cumplía. Literalmente.

Además, no le gustaban los ultimátum.

Aun dolía, pero no se arrepentía de seguir en su trabajo.

  • He oído que estaba con un notario… supongo que estará feliz de tener, por fin, una vida normal y aburrida.
  • Era buena chica. Deberías buscar otra parecida.
  • Déjalo, George. – Charles echó un rápido vistazo al hombre. A pesar de que debían hacer temperaturas de bajo cero en ese momento, este iba solo con una sudadera y una bufanda. Nada de abrigo. – ¿Cómo haces para soportar el frio solo con eso?
  • Algunos estamos hechos de mejor pasta, muchacho.

Charles se marchó diez minutos más tarde, riendo y con su periódico bajo el brazo. Comenzó su rodeo particular hasta la cafetería. No estaba muy lejos de su casa, a solo unos pocos metros de distancia. Era perfecto para noches como esa, en las que no podía dormir, o para cuando regresaba a casa tras un turno de noche porque abrían muy temprano y hacían buen café.

La chica de la barra de esa mañana era nueva y le sonrió de manera brillante al tomarle nota del pedido. Era una jovencita pelirroja con bonitos ojos verdes y sonrisa chispeante que no podía tener más de veinticinco y Charles casi se atragantó con el primer café al ver el número de teléfono garabateado en el recibo con un corazoncito dibujado al lado.

Seguía siendo una sorpresa agradable que alguna chica intentara coquetear con él. Sabía que aun era atractivo a sus cuarenta y tres años, pero su ego había recibido un par de golpes que lo habían dejado bastante inseguro.

Además, hablar con el género femenino nunca se le había dado demasiado bien.

En eso envidiaba seriamente a Morgan y su pico de oro.

Dio un largo sorbo a su café, riendo entre dientes al pensar que tenia celos del éxito entre las chicas del forense felizmente casado de su comisaria…

Su teléfono móvil sonó, interrumpiendo sus pensamientos.

  • Andrews… si… ¿Cuántas víctimas? Aja… estaré ahí en veinte minutos. ¿Henricksen ha recibido el aviso? ¿No contesta? Bien, lo llamare por el camino. Seguramente la niña le ha vuelto a dejar sin dormir.

Dio una mirada de pena a la bolsa de los bollos antes de tirarla a la basura. Tenían una norma muy clara. Nada de comer antes de ir a la escena de un crimen si no querías quedar en ridículo delante de todo el mundo vomitando. Daba igual cuanta experiencia tuvieras ni cuantos años llevaras en el cuerpo… una escena del crimen era algo realmente desagradable de ver con el estomago lleno.

Cambió el rumbo de su paseo, alejándose de su apartamento, y se dirigió hacia donde había aparcado su coche cuando regresó de trabajar. Tenía que ir a encontrarse con el asesinato que había soñado un par de horas antes.

  • Odio mis sueños…

 

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¿Un poco de música?

24 domingo Ago 2014

Posted by evatejedoralarcon in Sin categoría

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escribir, Jack TR, música, mi historia, novela

La música que acompaña a «Jack T.R.»… las canciones que inspiraron la historia, algunas de ellas inspiradas en el mismo personaje…

¡Disfrutad de ellas!

Lista de reproducción: Banda Sonora No Oficial Jack T.R.

Primer Corto: Aidan

22 viernes Ago 2014

Posted by evatejedoralarcon in Sin categoría

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Aidan, corto, Jack TR, personajes

Pues como iba amenazando, tengo preparados unos diminutos cortos y fichas para ir presentándoos a los personajes de «Jack T.R.».

Hoy vamos a empezar con Aidan. ¡Que lo disfrutéis!


 

Aidan Kelly

  • ¡Vuelvo en un rato! ¡Procura no destrozarme la tienda mientras estoy fuera!

El hecho de que la única respuesta que recibió a su advertencia fue una risotada y un portazo, no auguraba nada bueno.

Aidan suspiró, sabiendo que Julian le desordenaría la tienda entera solo por fastidiarle y en un tiempo record, le dijera lo que le dijera.

Gajes de vivir con alguien cuya edad mental estaba estancada en los doce años.

Haciendo caso omiso a su instinto, que le pedía regresar y dejarle claro al otro que no debía destrozar su tienda, colocó el cartel de cerrado, cerró con llave y puso rumbo al Parque Avalon, donde todos los miércoles colocaban un pequeño mercadillo de artículos de segunda mano. A Aidan le gustaba pasear y revisar los puestos, siempre buscando algún objeto “especial”, como le enseñó su abuelo. Ya había conseguido varios de esa manera, los cuales estaban a buen recaudo y lejos de manos inexpertas.

  • ¡Aidan, querido!
  • ¡Oh, mierda! – masculló por lo bajo el chico al ver como una señora de unos setenta años y vestida con un chándal rosa bajo un chaquetón blanco se le acercaba a paso vivo. – ¡Señora Johnson! ¡Qué alegría verla!

La señora Johnson era su vecina de arriba. El lugar donde vivía  y tenía la librería, era un edificio de tres plantas y un bajo con locales. Con dos apartamentos por planta, era en un lugar tranquilo y sin problemas… a menos que tuvieras a la señora Johnson por vecina, claro.

El apartamento de Aidan se encontraba sobre su librería, en el primer piso. Perteneció a su abuelo, aunque no solía usarlo. Lo puso a su nombre cuando el chico se mudó a Chicago, para que tuviera un lugar propio donde vivir y un poco de intimidad cuando creciera.

En la segunda planta del edificio, y sobre su casa, vivía la anteriormente mencionada señora desde hacía cuarenta años.

En el tercero no había nadie en ese momento, ya que su verdadero dueño lo tenía en alquiler y acababa de quedarse sin inquilino.

Normalmente, Aidan trataba por todos los medios de mantenerse lejos del alcance de la buena señora. No era mala persona, pero tampoco era tan “respetable” como aparentaba.

Ya cometió el error de dejar que lo tocara en una ocasión y aun seguía arrepintiéndose de ello. Había ciertas cosas que era mejor no saber.

  • Voy con un poco de prisa, señora Johnson… – intentó excusarse Aidan. Sin embargo, su vecina no tenía ninguna intención de dejarle escapar.
  • ¡Esta juventud! ¡Siempre con prisas! – le regañó con su voz chillona, tratando de cogerle del brazo. Aidan lo esquivó, agachándose y fingiendo buscar algo en su bolsa. – De todas maneras no voy a entretenerte demasiado. Solo quería pedirte que tengas más cuidado y que no olvides apagar la televisión antes de salir la próxima vez.

Aidan dejó de rebuscar en su bolsa y dirigió su mirada gris a la anciana mujer.

  • ¿Mi televisor?
  • Si, hijo. A veces la dejas tan fuerte que puedo oírla perfectamente en mi casa.
  • Jodido Julian…

El problema de dejar a Julian solo en la tienda o en su casa era que se aburría. Mucho. Y si se aburría, solía poner el televisor o la radio sin pensar en que el volumen podría molestar a los vecinos.

Claro, como él no tenía que tratar con ellos…

  • ¿Disculpa? – la anciana mujer le miró torcido y Aidan se pateó mentalmente. ¿Lo había dicho en voz alta?
  • No, perdone… quería decir… mi televisor es viejo. A veces el botón de encendido se queda atascado y no me doy cuenta. Tendré más cuidado, no se preocupe.
  • No pasa nada, querido. Si mi difunto marido estuviera vivo… él sabría cómo arreglar tu tele. Era todo un manitas.

Aidan forzó una sonrisa y se obligó a no mirar a la derecha de la señora cuando esta mencionó a su marido. El señor Johnson murió de un infarto unos años atrás. Lo recordaba vagamente como un tipo gordo y medio calvo que olía a whisky barato y gritaba mucho, especialmente a su mujer.

Era curioso, pero jamás le pareció del tipo de los que supieran arreglar nada.

  • Le prometo tener más cuidado con el televisor, señora Johnson. Ahora debo irme. Me están esperando y llego tarde.
  • Oh, si, por supuesto, querido.

No pudo evitar estremecerse cuando, al pasar por su lado, la señora le dio un amistoso golpecito en el brazo. Por suerte ella llevaba guantes y él tenía su abrigo o las cosas se hubieran puesto feas.

Una  vez, hacía un año o así, consiguió pillarle desprevenido y le tocó la mano. Aidan averiguó  que el señor Johnson no murió de un infarto, como su viuda contaba a todo el mundo. También que ella sabía bastante sobre venenos, cosa de lo que su difunto esposo no tenía idea en vida y que Aidan no pensaba olvidar jamás.

Por si acaso.

El hecho de que el fantasma del señor Johnson la acompañara a todas partes, intentando inútilmente de torturarla… eso era otra historia. Le daba pena y le hubiera gustado decirle que no iba a conseguir su objetivo porque ella no podía verle ni oírle por mucho que se esforzara. Pero descubrirse frente a un fantasma de esa manera solo conseguiría atraer atención indeseada sobre su persona.

No necesitaba una legión de fantasmas pidiendo su ayuda las 24 horas del día.

Ya tenía suficiente rareza en su vida, muchas gracias.

Siguió su camino hacia el parque, parando primero en uno de los puestos callejeros para comprarse un bollo de canela y un café caliente.

El invierno había teñido de blanco la ciudad entera, convirtiendo el parque Avalon en una imagen de cuento. Este era uno de los puntos con más energía acumulada de la ciudad que atraía todo lo “no normal”.

La mayoría de los puestecillos ya estaban colocados y abiertos para cuando llegó. Paseó entre ellos, esquivando a la gente y dejando que las sensaciones de los objetos expuestos le llegaran.

Con algunos objetos le ocurría como con las personas. Podía sentir y ver cosas relacionadas con ellos si los tocaba y oírlos si se concentraba lo suficiente. Si tuvieron gran valor para alguien, solían quedarse impregnados con la energía de esa persona y eso los convertía en algo preciado y valioso que no debía ser encontrado por la gente equivocada.

Se concentró y escuchó los susurros de los libros, el rumor cantarín de las joyas y el tintineo de las vidrieras…

Nada raro… nada lo suficientemente fuerte como para…

Muerte…

Va a escapar…

Hay que detenerlo…

¡Detenlo!

Aidan se congeló a medio paso, mirando a su alrededor para buscar la fuente de ese sonido. Lo había escuchado tan claro como si hubiera hablado una persona real. Normalmente, él podía oír sonidos no palabras. Debía ser algo muy poderoso para eso.

No tardó en encontrarlo. En un puesto en el que solo había trastos sin valor sobre una manta, pudo verlo. Era una pequeña libreta, del tamaño de media cuartilla, forrada de cuero marrón oscuro, vieja y gastada. Tenía manchas redondas en su cubierta, como si hubieran apoyado innumerables vasos llenos de whisky o vino sobre ella y una de sus esquinas superiores estaba algo chamuscada.

Pero el poder que desprendía era impresionante. ¿Cómo había llegado algo así ahí?

  • ¿Cuánto por esto? – le preguntó al vendedor, señalando la libreta sin llegar a tocarla.
  • Treinta pavos.
  • Pónmela en una bolsa, por favor.

De regreso a casa y con la libreta bien envuelta en plástico y guardada a salvo en su bolsillo, pensó que debería cerrar temprano o posponer el misterio para después de cenar.

Algo le decía que esa lectura iba a dejarle para el arrastre…


 

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Así comienza…

Destacado

Posted by evatejedoralarcon in Sin categoría

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historia, Jack TR, JTR, novela, sinopsis

Las noches de Chicago se están llenando de gritos y sangre.

El detective Charles Andrews tiene asumido que su vida está ligada para siempre a sueños premonitorios desagradables y noches de insomnio pero jamás imaginó que su don le llevaría tras el rastro del asesino más despiadado de la historia.

Aidan no solo tiene una librería. También un legado y una maldición. Un poder que odia y una obligación con la comunidad sobrenatural que se oculta en su ciudad. Y son esas mismas cosas las que van a meterle de cabeza en la situación más peligrosa que jamás haya vivido.

En 1888 Jack el Destripador no desapareció. Tampoco murió ni huyó como se rumoreaba. Solo fue devuelto al Infierno del que provenía y ahora ha vuelto, dispuesto a seguir su obra donde lo dejó.

El destino une a Aidan y Charles para detener la sangrienta obra de Jack antes de que este siga tiñendo de rojo las calles de Chicago.

¡Únete a ellos y averigua como acaba su aventura!

El 31 de octubre… 

*Gracias a Rosa por su ayuda con la sinopsis*

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  • Mi aventura de escribir. Mi aventura de escribir.

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